Los adultos creen
que hoy en día un niño de ochos años conserva su inocencia, pero hay que ver
que errados están. En la sociedad que vivimos, donde los pequeños se quedan sin
espacios y tiempo para crecer, es común el sorprenderse por la vivacidad y las
palabras de aquellos que deberían vivir en un mundo de sueños.
Yerson es un
pequeño, que habita en uno de esos barrios, olvidados por los gobernantes que
en las campañas no hacen mas que llenar al pueblo de promesas vacías y
pancartas, es un niño que con ocho años ha tenido que ganarse el pan que se
lleva a la boca y el agua con la que calma su sed. Ha crecido en un rancho
hecho de latas, donde cada vez que llueve se filtra el agua y el suelo que no
es mas que arena se convierte en lodo, es uno de esos casi marginados que hay
en muchos países, es uno de los tantos que quizá nunca llegue a ser nada mas
que un sobreviviente de un sistema que se niega a ayudarle.
Como era de
esperarse en un lugar así no puede haber un solo niño, es el segundo de sus
hermanos siendo la mayor una niña próxima a la adolescencia, que con once años
debe cuidar de él y sus demás hermanitos, uno de cinco años y la menor de tres,
todos hijos de padres diferentes mientras su madre va a limpiar casas para
obtener el sustento. Con una vida tan ajetreada el ir a la escuela resulta una
tarea titánica, la falta de libros y uniformes les desaniman, a pesar de ser
una escuela donde todos los niños parecen estar en una situación parecida.
Yerson a sus ocho años sigue cursando el primer grado, la falta de alimento le
hace difícil el concentrarse y es común verlo dormirse en clases.
Con sus ojos negros
observa como las cosas cambian, su mamá siempre malhumorada, gritándoles y
pegándoles por todo de un tiempo para acá, anda de buen humor, se ríe a cada
rato y no suelta el celular que se compro hace un mes. Esa situación la ha
visto antes, fue la misma cuando conoció al
padre de Yeremi y se repitio cuando trajo a la casa al padre de
Maidelin. Lo que viene no es de asombro, su mama, tendrá un nuevo novio, estará
con ella, la hará feliz y cuando ella este embarazada de nuevo, se ira como los
demás.
Tal como lo
esperaba, el nuevo hombre aparece en la puerta del rancho, no es joven, pero
tampoco es viejo, sus cabellos están cortados al estilo militar y una barba
adorna su rostro. En lo que transcurre la cena, el hombre que su madre ha
llamado Maikol, no ha dejado de tocarla y besarla, la primera vez que vio esas
cosas le causo curiosidad, pero al verlas tantas veces ya es algo normal. En su
plato hay panes con margarina al igual que en el de sus hermanos, mientras que
en el del nuevo novio hay cuatro panes rellenos con jamón y queso. Las cosas
han comenzado nuevamente, el colchón donde dormían sus hermanitos con su madre
ha sido ocupado por su pareja y estos han tenido que ir a dormir con el y su
hermana a las hamacas.
En una de tantas
noches el rancho se lleno de ruidos, los gritos de su madre no podían ser
opacados por el chirrido de las hamacas y el llanto que comenzaba a oírse, no
podía ser ignorado por los mas pequeños que se abrazaban asustados. Lo habían
visto tantas veces, mujeres que eran golpeadas por su pareja, pero en su casa
nunca había sucedido, los gritos siempre era lo ultimo antes de que cada uno se
retirara. Los golpes se hicieron una rutina, ver a Maikol borracho y la cara
morada de su madre no era extraño, sin embargo ver la mirada maliciosa dirigida
a su hermana por la pareja de su madre, fue algo que se grabaría a fuego en la
memoria del pequeño Yerson.
Los meses pasaron
rápido en el humilde hogar y contrario a lo que imaginaba, su madre todavía no
salía embarazada, el hombre parecía que no se iría nunca, y en medio de la
costumbre llego la tarde de un martes cualquiera, donde Yosibeth ya con doce
años, no se levanto mas de la hamaca hasta la hora de la cena. Siendo un lugar
tan pequeño el cambio en su hermana mayor no paso desapercibido, pero su madre
todavía victima de algún embrujo, parecía no querer verlo, la pequeña se había
vuelto temerosa, ya no sonreía y se envolvía completamente en sus ropas. En la
escuela siempre estaba ausente y el miedo hacía sus profesores era evidente.
Para el pequeño pelinegro era una incógnita que no lograba resolver.
Era común el pasar
las tardes jugando en la arena con cualquier cosa, descalzos y en compañía de
los perros callejeros, pero cuando atacaba la sed cada uno corría a su casa
para calmarla. El rancho estaba silencioso a pesar de haber dejado a Maikol y a
Yosibeth en el, camino a la pieza y vio horrorizado como el hombre tocaba a su
hermana y esta lloraba bajo, quiso gritar pero se contuvo. Si la inocencia de
un niño comienza a perderse cuando los padres no miden sus acciones, para un pequeño el ver
un acto tan atroz como ese, acaba con cada resquicio que pudiera quedar.
Todo parecía estar
como siempre, su madre golpeada y Maikol borracho, los únicos que cambiaban
eran ellos, un poco más altos, pero igual de flacos. Yosibeth era como un
robot, hacía todo y a la vez nada y a la escuela donde alguna vez acudió con
interés, semanas antes había sido abandonada. El pequeño Yerson observaba la
apatía de su madre, que se negaba a ver lo que ocurría cada vez más
frecuentemente casi ante sus ojos, era alguien que se negaba a quedarse
nuevamente sin la compañía de un hombre.
Antes de las
vacaciones decembrinas Yerson recibió un pequeño regalo, tomando en cuenta la
situación resultaba extraño, que aquel hombre que golpeaba a su madre y tocaba
a su hermana le diera algo. Aunque los niños aprendan a ser desconfiados, como
rechazar un presente cuando nunca se le ha dado algo. Maikol pasaba menos
tiempo ebrio y cuando salía a trabajar no era raro que regresara con cosas para
ellos, pelotas, muñecas y dulces, visto desde fuera, era un hombre que estaba
adoptando una nueva familia.
Una mañana de
febrero el pequeño Yerson fue dejado en casa, únicamente con la compañía del
hombre mayor que dormitaba en la cama de la pieza de su madre. Su hermana mayor
se la pasaba vomitando y estaba cada vez más flaca, no importaba lo que hiciera
siempre se encontraba cansada y los dolores en el vientre le aquejaban, sus
hermanos pequeños victimas de la gripe, hicieron que su madre se apiadara y los
llevara al hospital, ubicado a una hora de distancia del humilde barrio. Cerca
de una hora después Maikol despertó, pegando gritos en busca de la atención de
la mujer que le servía, levantándose al no ser atendido por nadie.
Contrario a lo que
podría imaginarse en el rancho si hay televisor, uno de esos grandes a color,
donde sintonizan algunos pocos canales de televisión nacional, solo aquellos
con la gran capacidad de alcanzar un lugar tan difícil y olvidado como ese.
Yerson preferiría ver algunos dibujos animados, esos donde hay un conejo y un
pato, pero el mayor solo pasa y pasa los canales con el mando a distancia sin
detenerse en ninguno a pesar de saber que no encontrara nada a su gusto. De un
momento a otro, la mirada penetrante del mayor se centra en el pequeño que
mueve sus pies inquietos en el taburete que sirve de silla en medio del rancho
y el silencio se rompió por el grito de Yerson al sentir la mano de Maikol
acariciando sus cabellos.
Cuando un adulto
ataca a un niño, muchos se preguntan que puede hacer este para defenderse, pero
creciendo en un barrio como ese y viendo cada día las acciones del mayor hacía
su hermana, no puede reaccionar tranquilamente y ante la amenaza no hace más
que defenderse. Tendido en la arena que sirve de piso al rancho yace un hombre
de algunos cuarenta años con un cuchillo clavado en el pecho, sentado sobre este
se encuentra un pelinegro flacucho, con la piel oscura, quemada de tanto sol
las manos desgarradas y los ojos inundados de lagrimas, la dantesca escena es
presenciada por una vecina que ha llegado a toda marcha al escuchar los gritos
del niño y del hombre.
El pequeño Yerson
cuenta ya con doce años, se encuentra recluido en el albergue de menores, donde
ha conocido a otros chicos con una historia parecida, si antes su ambiente lo
obligo a crecer rápido estar en ese lugar lo acelero, no hay nada inocente en
él, sin embargo cuando tenga quince podrá salir de allí para visitar a su
hermana, quien con dieciséis años carga encima con un bebe de tres y su madre
con la situación parecida. Si alguien le pregunta que lo llevo a cometer aquel
acto atroz, solo podrá decir que fue el miedo y el instinto de supervivencia,
porque si algo sabe Yerson es que nunca se convertiría en algo como su hermana,
el no lloraría en las noches cuando creyera que todos dormían y no permitiría
que su cuerpo fuera tocado por ningún hombre.
Así como está hay
muchas historias, los adultos se encargan de corromper a los niños, pero estos
adultos son el resultado de la vida misma, son el producto de un círculo vicioso,
que no se intenta romper. Son aquellos que constituyen lo que llamamos
sociedad.