La bruma impedía la visión del joven que caminaba a paso rápido por el cementerio, su respiración errática se mezclaba con el ulular de los búhos que cazaban en plena noche. La bruma ocultaba la luna y a medida que avanzaba tropezaba con los obstáculos que se le hacían difíciles distinguir. Sin embargo, él sabía que estaba cerca, las pesadas puertas del cementerio eran visibles, un poco más y llegaría, extendiendo sus manos acaricio el frío metal de la reja, una sensación electrizante invadió su cuerpo, pero al momento de hacerlo sus pies fueron absorbidos por la tierra.
Ante él se encontraba el tétrico guardián, ese ser obeso con carne pútrida cayendo de su cuerpo, junto a la sangre negra y espesa, en cuyas manos descansaba la hoz, era una de las versiones de la muerte, era el encargado de mantenerle en el lugar al que pertenecía, porque Javier Martínez, llevaba muerto un mes y cada noche no había hecho más que intentar escapar de su encierro, huir de la visión aterradora de ver a su cuerpo ser comido por los gusanos y el olor penetrante de la descomposición, a pesar de estar muerto lo percibía, porque él seguía unido a la tierra, al mundo de los vivos y como cada noche sería llevada con Cerberos, como castigo quedaría a un paso del infierno, donde el lamento de los condenados lo atormentaría, hasta que la luna apareciera nuevamente en el cielo de los vivos.
Una de las pequeñas cosas que escribo.