miércoles, 31 de enero de 2018

Los adultos creen que hoy en día un niño de ochos años conserva su inocencia, pero hay que ver que errados están. En la sociedad que vivimos, donde los pequeños se quedan sin espacios y tiempo para crecer, es común el sorprenderse por la vivacidad y las palabras de aquellos que deberían vivir en un mundo de sueños.

Yerson es un pequeño, que habita en uno de esos barrios, olvidados por los gobernantes que en las campañas no hacen mas que llenar al pueblo de promesas vacías y pancartas, es un niño que con ocho años ha tenido que ganarse el pan que se lleva a la boca y el agua con la que calma su sed. Ha crecido en un rancho hecho de latas, donde cada vez que llueve se filtra el agua y el suelo que no es mas que arena se convierte en lodo, es uno de esos casi marginados que hay en muchos países, es uno de los tantos que quizá nunca llegue a ser nada mas que un sobreviviente de un sistema que se niega a ayudarle.

Como era de esperarse en un lugar así no puede haber un solo niño, es el segundo de sus hermanos siendo la mayor una niña próxima a la adolescencia, que con once años debe cuidar de él y sus demás hermanitos, uno de cinco años y la menor de tres, todos hijos de padres diferentes mientras su madre va a limpiar casas para obtener el sustento. Con una vida tan ajetreada el ir a la escuela resulta una tarea titánica, la falta de libros y uniformes les desaniman, a pesar de ser una escuela donde todos los niños parecen estar en una situación parecida. Yerson a sus ocho años sigue cursando el primer grado, la falta de alimento le hace difícil el concentrarse y es común verlo dormirse en clases.

Con sus ojos negros observa como las cosas cambian, su mamá siempre malhumorada, gritándoles y pegándoles por todo de un tiempo para acá, anda de buen humor, se ríe a cada rato y no suelta el celular que se compro hace un mes. Esa situación la ha visto antes, fue la misma cuando conoció al  padre de Yeremi y se repitio cuando trajo a la casa al padre de Maidelin. Lo que viene no es de asombro, su mama, tendrá un nuevo novio, estará con ella, la hará feliz y cuando ella este embarazada de nuevo, se ira como los demás.

Tal como lo esperaba, el nuevo hombre aparece en la puerta del rancho, no es joven, pero tampoco es viejo, sus cabellos están cortados al estilo militar y una barba adorna su rostro. En lo que transcurre la cena, el hombre que su madre ha llamado Maikol, no ha dejado de tocarla y besarla, la primera vez que vio esas cosas le causo curiosidad, pero al verlas tantas veces ya es algo normal. En su plato hay panes con margarina al igual que en el de sus hermanos, mientras que en el del nuevo novio hay cuatro panes rellenos con jamón y queso. Las cosas han comenzado nuevamente, el colchón donde dormían sus hermanitos con su madre ha sido ocupado por su pareja y estos han tenido que ir a dormir con el y su hermana a las hamacas.

En una de tantas noches el rancho se lleno de ruidos, los gritos de su madre no podían ser opacados por el chirrido de las hamacas y el llanto que comenzaba a oírse, no podía ser ignorado por los mas pequeños que se abrazaban asustados. Lo habían visto tantas veces, mujeres que eran golpeadas por su pareja, pero en su casa nunca había sucedido, los gritos siempre era lo ultimo antes de que cada uno se retirara. Los golpes se hicieron una rutina, ver a Maikol borracho y la cara morada de su madre no era extraño, sin embargo ver la mirada maliciosa dirigida a su hermana por la pareja de su madre, fue algo que se grabaría a fuego en la memoria del pequeño Yerson.

Los meses pasaron rápido en el humilde hogar y contrario a lo que imaginaba, su madre todavía no salía embarazada, el hombre parecía que no se iría nunca, y en medio de la costumbre llego la tarde de un martes cualquiera, donde Yosibeth ya con doce años, no se levanto mas de la hamaca hasta la hora de la cena. Siendo un lugar tan pequeño el cambio en su hermana mayor no paso desapercibido, pero su madre todavía victima de algún embrujo, parecía no querer verlo, la pequeña se había vuelto temerosa, ya no sonreía y se envolvía completamente en sus ropas. En la escuela siempre estaba ausente y el miedo hacía sus profesores era evidente. Para el pequeño pelinegro era una incógnita que no lograba resolver.

Era común el pasar las tardes jugando en la arena con cualquier cosa, descalzos y en compañía de los perros callejeros, pero cuando atacaba la sed cada uno corría a su casa para calmarla. El rancho estaba silencioso a pesar de haber dejado a Maikol y a Yosibeth en el, camino a la pieza y vio horrorizado como el hombre tocaba a su hermana y esta lloraba bajo, quiso gritar pero se contuvo. Si la inocencia de un niño comienza a perderse cuando los padres  no miden sus acciones, para un pequeño el ver un acto tan atroz como ese, acaba con cada resquicio que pudiera quedar.

Todo parecía estar como siempre, su madre golpeada y Maikol borracho, los únicos que cambiaban eran ellos, un poco más altos, pero igual de flacos. Yosibeth era como un robot, hacía todo y a la vez nada y a la escuela donde alguna vez acudió con interés, semanas antes había sido abandonada. El pequeño Yerson observaba la apatía de su madre, que se negaba a ver lo que ocurría cada vez más frecuentemente casi ante sus ojos, era alguien que se negaba a quedarse nuevamente sin la compañía de un hombre.

Antes de las vacaciones decembrinas Yerson recibió un pequeño regalo, tomando en cuenta la situación resultaba extraño, que aquel hombre que golpeaba a su madre y tocaba a su hermana le diera algo. Aunque los niños aprendan a ser desconfiados, como rechazar un presente cuando nunca se le ha dado algo. Maikol pasaba menos tiempo ebrio y cuando salía a trabajar no era raro que regresara con cosas para ellos, pelotas, muñecas y dulces, visto desde fuera, era un hombre que estaba adoptando una nueva familia.

Una mañana de febrero el pequeño Yerson fue dejado en casa, únicamente con la compañía del hombre mayor que dormitaba en la cama de la pieza de su madre. Su hermana mayor se la pasaba vomitando y estaba cada vez más flaca, no importaba lo que hiciera siempre se encontraba cansada y los dolores en el vientre le aquejaban, sus hermanos pequeños victimas de la gripe, hicieron que su madre se apiadara y los llevara al hospital, ubicado a una hora de distancia del humilde barrio. Cerca de una hora después Maikol despertó, pegando gritos en busca de la atención de la mujer que le servía, levantándose al no ser atendido por nadie.

Contrario a lo que podría imaginarse en el rancho si hay televisor, uno de esos grandes a color, donde sintonizan algunos pocos canales de televisión nacional, solo aquellos con la gran capacidad de alcanzar un lugar tan difícil y olvidado como ese. Yerson preferiría ver algunos dibujos animados, esos donde hay un conejo y un pato, pero el mayor solo pasa y pasa los canales con el mando a distancia sin detenerse en ninguno a pesar de saber que no encontrara nada a su gusto. De un momento a otro, la mirada penetrante del mayor se centra en el pequeño que mueve sus pies inquietos en el taburete que sirve de silla en medio del rancho y el silencio se rompió por el grito de Yerson al sentir la mano de Maikol acariciando sus cabellos.

Cuando un adulto ataca a un niño, muchos se preguntan que puede hacer este para defenderse, pero creciendo en un barrio como ese y viendo cada día las acciones del mayor hacía su hermana, no puede reaccionar tranquilamente y ante la amenaza no hace más que defenderse. Tendido en la arena que sirve de piso al rancho yace un hombre de algunos cuarenta años con un cuchillo clavado en el pecho, sentado sobre este se encuentra un pelinegro flacucho, con la piel oscura, quemada de tanto sol las manos desgarradas y los ojos inundados de lagrimas, la dantesca escena es presenciada por una vecina que ha llegado a toda marcha al escuchar los gritos del niño y del hombre.

El pequeño Yerson cuenta ya con doce años, se encuentra recluido en el albergue de menores, donde ha conocido a otros chicos con una historia parecida, si antes su ambiente lo obligo a crecer rápido estar en ese lugar lo acelero, no hay nada inocente en él, sin embargo cuando tenga quince podrá salir de allí para visitar a su hermana, quien con dieciséis años carga encima con un bebe de tres y su madre con la situación parecida. Si alguien le pregunta que lo llevo a cometer aquel acto atroz, solo podrá decir que fue el miedo y el instinto de supervivencia, porque si algo sabe Yerson es que nunca se convertiría en algo como su hermana, el no lloraría en las noches cuando creyera que todos dormían y no permitiría que su cuerpo fuera tocado por ningún hombre.

Así como está hay muchas historias, los adultos se encargan de corromper a los niños, pero estos adultos son el resultado de la vida misma, son el producto de un círculo vicioso, que no se intenta romper. Son aquellos que constituyen lo que llamamos sociedad.